Sobre el frío césped nos posábamos, en un parque infantil, bajo las suicidas estrellas que se lanzaban desde lo más alto para estrellarse contra la Tierra ¡No dejaban de caer! La luz, alimonada y crepitante, nos mantuvo en un sutil trance mágico que nos transportó a otra dimensión. Hasta aquel día pensaba que eso de viajar a otro mundo se quedaba en la ciencia ficción... ¡Qué equivocado estaba! Cuando nos quisimos dar cuenta estábamos flotando, cogidos de la mano, entre las estrellas, compartiendo con ellas su inmortalidad. Ella. Yo. Volando aunque tumbados, resoplando y sin poder contener más la sonrisa. Esa preciosa curvatura que formaban sus labios, esos dulces ojos del color del caramelo que me llevarían a la perdición más remota.
Ese instante, rodeado de luces fantasmagóricas, me hizo olvidar por completo quien era, quien fui y quien quería ser. Paró el tiempo. Colapsó mi mente y se grabó el recuerdo como quien marca al ganado con hierro ardiente en el trasero. Recuerdo obsesivo, irrepetible y efímero que, espero, me persiga el resto de mi vida. Tú, ¿Cómo pudiste crear un recuerdo tan hermoso sin quererlo? Sin esforzarte.
Y es por momentos así por los que merece la pena vivir. No debemos culpar a la mente de rememorar el pasado, sino agradecer que no ha olvidado. Ama momentos, experiencias y sensaciones. Viaja a otra dimensión antes de tirar la toalla.
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