lunes, 16 de marzo de 2015

Acorde al miedo.

Caminaba lentamente por aquella luminosa ciudad. Estaba repleta de olores agridulces provenientes de restaurantes de todo tipo. Con un paso lúcido, recorrí sin rumbo fijo las calles por las que pasaba. Sin dejar de pensar en ella. Esas ideas me perseguían. Su imagen, su precioso rostro y sus caricias me pisaban los talones. Aunque intentaba evadirlas huyendo, sabía como seguir mi rastro. Su sonrisa no desaparecía de mi mente ¿Por qué sigues aquí? Me repetía una y otra vez.

Decidí sentarme, calmar mi ansiedad tomando algo para picar que había traído conmigo: Una bolsa de algo desconocido que decidí comprar en una tienda de productos asiáticos. ¿Su sabor? Era espantoso, pero tenía demasiada hambre como para dejar de comer. A veces, pensaba que había tocado fondo ¿Era así como quería vivir? ¿Alimentándome de cualquier cosa que se me cruzase por el camino por asquerosa que fuese?

Tras el tentempié volví a caminar, cuando de pronto noté como mi bolsillo empezaba a sonar, me llamaba. Era ella. Sin embargo, fui incapaz a coger el teléfono. Dejé que sonara. Paró. Justo entonces, por casualidades de la vida, acabé en la plaza en la que nos dimos el último beso. Debo de admitir que aquella no fue una caricia cualquiera. Se trató del instante más espectacular de toda mi vida. Noté como se paró el tiempo, todo a nuestro alrededor calló y quedamos a solas ante la multitud.

Ese sería el mejor beso... Y el último. Ya no volvería a ver su condenado rostro. Decidí que jamás volvería a verla. "No volveré a enamorarme" -Pensé. Hay que ver, como miento.


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