Hacía ya mucho tiempo que Piotr Kropotkin solía caminar por el bosque. Hoy, a diferencia de otras ocasiones, no vino a buscar qué cazar. No. Solo buscaba un paseo relajado, esta vez solo quería buscar algo de inspiración para su próxima canción. No era un buen cantante, pero si disfrutaba muchísimo componiendo algunas melodías con su balalaika. Lo poco que sabía de música lo aprendió de un polvoriento libro que encontró en el desván de su casa, ese libro, aunque él no lo supiera, fue uno de los responsables de que Piotr estuviera aquí. Sin aquel mohoso volumen de música para novatos su padre jamás habría podido conquistar a su madre durante aquella tarde de verano cerca del río Pregolya.
Mientras iba atravesando aquellas sendas iba recordando los caminos y los claros que, desde su más tierna infancia, había explorado. Ya estaba cerca de la treintena, así que recordaba esos momentos de su infancia con cierta dificultad. De repente se paró. Dejó de respirar durante unos segundos y se le congeló la sangre. Su padre le había enseñado todo lo que sabía sobre las bestias del bosque, y lo más importante: Cuales son peligrosas y cuales no. Y en este momento se encontraba en frente de uno con los que no debía meterse. Tenía delante a un oso enorme. Gigantesco. Varias veces más grande de lo que debería ser. Aunque parecía que el animal aún no se había dado cuenta de su presencia... Hasta que la bestia giró su hocico.
Un mano a mano contra un oso no habría sido tan difícil si estuviera armado con su, como él bien llamaba, machete-anti-osos. Pero no era el caso, estaba desarmado. Un rugido estremecedor le espabiló del shock en el que se encontraba. Pero le dio el suficiente tiempo para empezar a correr ladera abajo, saltándose los caminos por los que había venido. Piotr se consideraba a si mismo una persona aguerrida y valiente, pero no en estos momentos. Sabía que su vida demasiado como para desperdiciarla. Corrió, a toda velocidad. Tropezó. Se cayó al suelo, empezó a notar como su boca sabía a sangre tras el golpe. Pero no le importó lo más mínimo, su vida estaba en juego en este momento. Se giró y vio que el oso no podía alcanzar su ritmo, quizá porque se acababa de despertar de su sueño y estaba corriendo aún amodorrado. Tras unos diez minutos corriendo llegó antes que la bestia a su hogar, su querida cabaña.
Una vez dentro se colocó la armadura familiar para cazar osos. Había pasado por generaciones, y sabía que este era un momento perfecto para usarla. Se la colocó, aunque tomó su tiempo ponerse aquel traje, cogió su machete y salió de la cabaña. Ahora estaba al mismo nivel que ese ser. Sabía que podía hacerle frente. Pero cuando salió de su cabaña ya preparado, vio un rastro de sangre en el suelo. Un rastro que conectaba la casa de su amada hasta el bosque. Estaba horrorizado. No había llegado a tiempo. Así que, con el corazón engarrotado y a la mayor velocidad que esa horripilante armadura le permitía, comenzó a correr para adentrarse al bosque. Solo le quedaba una opción... matar a esa bestia.
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