Seis años había pasado criogenizado en aquel gélido cubículo al que entré por plena voluntad. Atrás quedó mi pasado, aunque bueno... no me quedó otra opción. Era hora de volver a la realidad, y la criogenización me había pasado factura, no podía moverme con soltura. Tomé un tentempié en forma de insípida barrita energética espacial en el compartimento principal de la nave, que dejaba mucho que desear. Engullí con gran dificultad aquel alimento con sabor a plástico roñoso acompañado de un dulce brebaje hecho entre otras cosas de mi orina.
Difícilmente me podía erguir de pié pues mis piernas seguían totalmente heladas. Perdí la noción del tiempo pero no la del espacio. Me acerqué apático a la pantalla de grafeno que estaba perfectamente pegada en el techo de la nave como si se tratase de una gigantesca pegatina. Una vez allí desactivé la gravedad artificial, me relaje, y dejé a mi cuerpo flotar en el vacío, permití a mi mente desconectar un minuto antes de esa esperada videollamada a Marte. La pantalla se encendió alumbrando toda la estancia.
- ¿Ian? ¿Nos tienes? -Dijo la voz de McKellen, el máximo dirigente de la estación espacial encargada de mi misión.- ¿Nos escuchas? ¿Ian?.
-Aquí Ian, todo va en orden -Dije sin demasiada prisa y con un tono de desdén impresionante- ¿A ocurrido algo por Marte en estos seis años? -Pregunté con renovada curiosidad.
-Bueno, Ian, ya sabes, aquí la situación difícilmente puede ser inestable. Recuerda que en nuestra colonia no vivimos más de quince mil genios coordinados en armonía. Estos seis años transcurrieron con grata normalidad -Dijo McKellen con un tono bastante sobrio-. ¿Recuerdas tu misión?.
-A la perfección -Dije con un tono casi militar.
-Entonces continúe, Ian. Que tenga un buen día.
Cuando puse mi huella en el pequeño hueco previsto, apareció una señal en pantalla. En aquel instante, la nave entró en la órbita del satélite más helado de Júpiter. Al fin llegué a Ganímedes. La nave aterrizó sin ninguna dificultad en la superficie de hielo. Me preparé para ponerme mi traje y salí a la superficie ayudado por el exoesqueleto que me ofrecía la escafandra. Nada más bajar, me quedé impactado. Estaba ante uno de los paisajes más maravillosos que jamás nadie pudo haber imaginado. Todo lo que podía ver estaba hecho de hielo, veía Júpiter en el cielo en todo su esplendor. Todas las estrellas brillaban con su máxima potencia. Lo que vi... fue una visión fantástica. Nunca podríais imaginar esto... Pero ¿Qué diablos es esto? ¡Es espectacular! Les vi a ellos. ¿Quienes eran? Eso fui a comprobar. Recibimos hace diez años una señal proveniente de Ganímedes, y aquí me hallaba, como representante de la raza humana.
domingo, 30 de noviembre de 2014
martes, 25 de noviembre de 2014
Sueño: ¡Cállate!
No debía decirlo, pero él quería, no era algo normal. Aunque quizás para él sí lo fuera. Vivía una confusión constante, una intriga, una duda existencial que le reconcomía hora tras hora. No soñaba con nada más, no sentía apego por algo que no fuera aquello que aún no tenía. Sentía un vacío constante, no notaba más que una caída infinitesimal hacia el vacío. Se sentía tentado a decírlo, quería gritarlo a los cuatro vientos, pero no debía. No. Él sabía bien que aún no. No era el momento.
"Tú" Era el único pensamiento que cruzaba la mente de Tobias en aquellos días, no podía concentrarse en nada más. Pero no debía caer. "Nadie debe saberlo" Se decía Tobías en forma de mantra, como si fuese un disco rayado. Pero ¡Sorpresa! ¡Tobías guardaba un as bajo la manga, una idea genial!: Si se veía forzado a hablar aún podía hacer lo que mejor sabía hacer, huir. No había nada que se le diese mejor.
Puede que estuviera tentado a confesar su misterio, un secreto tan grande, que ni él mismo podría haber expresado con palabras. Ni diez mil páginas podrían expresar qué era aquello que Tobías estaba tentado a decir. Era algo tan complejo, que ni el mismísimo joven podía decirlo. Se encontraba mareado, cansado de tanta travesía, quizás era la hora de su merecido descanso. Quizás, nunca nadie deba interponerse en su camino. Mas ¿Quién podría juzgarle por ello?
"Tú" Era el único pensamiento que cruzaba la mente de Tobias en aquellos días, no podía concentrarse en nada más. Pero no debía caer. "Nadie debe saberlo" Se decía Tobías en forma de mantra, como si fuese un disco rayado. Pero ¡Sorpresa! ¡Tobías guardaba un as bajo la manga, una idea genial!: Si se veía forzado a hablar aún podía hacer lo que mejor sabía hacer, huir. No había nada que se le diese mejor.
Puede que estuviera tentado a confesar su misterio, un secreto tan grande, que ni él mismo podría haber expresado con palabras. Ni diez mil páginas podrían expresar qué era aquello que Tobías estaba tentado a decir. Era algo tan complejo, que ni el mismísimo joven podía decirlo. Se encontraba mareado, cansado de tanta travesía, quizás era la hora de su merecido descanso. Quizás, nunca nadie deba interponerse en su camino. Mas ¿Quién podría juzgarle por ello?
jueves, 20 de noviembre de 2014
El descenso de Eric.
El dulce olor a gominolas desperdigadas por el suelo se mezclaban con la repugnante fragancia que desprendían aquellos cadáveres. El suelo estaba cubierto de una sangre espesa recubierta por virutas de colores que habían salido disparados de sus frascos en el tiroteo, era una vista idílica para cualquier caníbal amante del dulce. ¿Para mí? No pude asimilar los acontecimientos, todo pasó demasiado deprisa. Estaba escondido, huyendo de aquellos armados con rifle de caza. Debieron haberme visto cara de ciervo porque aún puedo notar las magulladuras de aquel tiro que me rozó en el hombro.
¿En qué momento se me pudo haber ocurrido salir de casa?. La locura había estallado en la ciudad. Pero tras una semana alimentándome de todas las formas posibles que puede adoptar la cebolla y la zarzaparrilla como sustento en la cocina, decidí salir a por víveres. Las calles estaban completamente rebosantes de fogatas hechas para refugiar del frío, la gente corría por las calles, y la acera estaba repleta de cadáveres pudriéndose en el suelo. Era mejor evitar el contacto visual. Seguí andando hasta llegar al centro comercial.
"Mal día para proclamar la anarquía" pensé.
Las luces de neón que aún estaban encendidas en aquel psicótico lugar llenaban la estancia de un color morado. El suelo estaba encharcado en sangre. Mi cara estaba manchada. ¿Los héroes? fueron blanco fácil ¿Los villanos? comenzaron una cacería. Encontraba fiambres de todo tipo, de toda clase, de cualquier raza o sexo, aquí los chiflados no hacían ascos a ninguna buena pieza que llevarse como trofeo.
Me escondí y alejándome del ruido oí un tiro. Debía buscar comida rápido para poder salir de ahí. De pronto empecé a escuchar unos gritos:
- Justo en el ojo, ¡treinta puntos! -Dijo una voz enloquecida llena de alegría- Por fin voy ganándote, hijo de puta.
- Llevamos aquí dos días y no deja de venir gente, esto es un sueño hecho realidad ¿Recuerdas cuando dijiste que tener todo ese arsenal de armas en el garaje para cuando llegase un apocalipsis zombie era mala idea? ¡Comete tus palabras, desgraciado! -Empezó a gritar la segunda voz.
Escondido, empecé a preguntarme si sabían distinguir entre realidad y ficción. Intuí que no. Y era mejor no comprobarlo de primera mano. Entonces, me di cuenta de la macabra genialidad que había dado lugar, el único lugar con víveres disponibles fue ocupado por caballeros sedientos de una buena caza. Todos necesitaban víveres, entonces, ¿Por qué no jugar con aquellos que entrasen a por alguna lata?
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