miércoles, 18 de marzo de 2015

Pequeña ave dorada ¡Píame!

Me quedé a solas, limpiando como de costumbre, no era algo que me agradara, pero alguien tenía que hacerlo. Era una tarea solitaria, pero necesaria para todos. Fue una noche extraña. Para nada común. ¿Inesperada? Podría decirse que si. El interior de la carpa brillaba con total explendor, los focos me cegaban, las luces lilas y turquesas emitían unos destellos espectaculares. 


lunes, 16 de marzo de 2015

Acorde al miedo.

Caminaba lentamente por aquella luminosa ciudad. Estaba repleta de olores agridulces provenientes de restaurantes de todo tipo. Con un paso lúcido, recorrí sin rumbo fijo las calles por las que pasaba. Sin dejar de pensar en ella. Esas ideas me perseguían. Su imagen, su precioso rostro y sus caricias me pisaban los talones. Aunque intentaba evadirlas huyendo, sabía como seguir mi rastro. Su sonrisa no desaparecía de mi mente ¿Por qué sigues aquí? Me repetía una y otra vez.

Decidí sentarme, calmar mi ansiedad tomando algo para picar que había traído conmigo: Una bolsa de algo desconocido que decidí comprar en una tienda de productos asiáticos. ¿Su sabor? Era espantoso, pero tenía demasiada hambre como para dejar de comer. A veces, pensaba que había tocado fondo ¿Era así como quería vivir? ¿Alimentándome de cualquier cosa que se me cruzase por el camino por asquerosa que fuese?

Tras el tentempié volví a caminar, cuando de pronto noté como mi bolsillo empezaba a sonar, me llamaba. Era ella. Sin embargo, fui incapaz a coger el teléfono. Dejé que sonara. Paró. Justo entonces, por casualidades de la vida, acabé en la plaza en la que nos dimos el último beso. Debo de admitir que aquella no fue una caricia cualquiera. Se trató del instante más espectacular de toda mi vida. Noté como se paró el tiempo, todo a nuestro alrededor calló y quedamos a solas ante la multitud.

Ese sería el mejor beso... Y el último. Ya no volvería a ver su condenado rostro. Decidí que jamás volvería a verla. "No volveré a enamorarme" -Pensé. Hay que ver, como miento.


sábado, 28 de febrero de 2015

Ven, ven a mí.

Sonríe, mira, acaricia, besa. Lo mejor llega sin que nadie lo pida. Deja llevar tu instinto. No pienses, desconecta, ponte en stanby. Tú no estás hecho para atarte a una miserable rutina. El amor está ahí, fuera, observándote, susurrando al oído, haciendo temblar hasta al más fuerte. Nadie puede evitar sucumbir a una mirada, a esos ojos celestes, a tu melena rizada, tu sonrisa picarona pero de niña buena, tu olor a mañana lluviosa, tus pequeñas pecas, tu corazón aún inocente pero lleno de pasión. ¿Donde estás? Se que existes. Ven a mi. Ven aquí. Te hecho en falta, aparece. Se que vives, sufres y lloras, pero lejos de mi. Cambia mi vida, dale una patada a mi mundo. Vuelca mi forma de pensar.

Fortuna, dame una oportunidad para besarte. Para que aparezcas. Para que te lleve a mi vida.


martes, 17 de febrero de 2015

Imágenes en la noche.

Sobre el frío césped nos posábamos, en un parque infantil, bajo las suicidas estrellas que se lanzaban desde lo más alto para estrellarse contra la Tierra ¡No dejaban de caer! La luz, alimonada y crepitante, nos mantuvo en un sutil trance mágico que nos transportó a otra dimensión. Hasta aquel día pensaba que eso de viajar a otro mundo se quedaba en la ciencia ficción... ¡Qué equivocado estaba! Cuando nos quisimos dar cuenta estábamos flotando, cogidos de la mano, entre las estrellas, compartiendo con ellas su inmortalidad. Ella. Yo. Volando aunque tumbados, resoplando y sin poder contener más la sonrisa. Esa preciosa curvatura que formaban sus labios, esos dulces ojos del color del caramelo que me llevarían a la perdición más remota.

Ese instante, rodeado de luces fantasmagóricas, me hizo olvidar por completo quien era, quien fui y quien quería ser. Paró el tiempo. Colapsó mi mente y se grabó el recuerdo como quien marca al ganado con hierro ardiente en el trasero. Recuerdo obsesivo, irrepetible y efímero que, espero, me persiga el resto de mi vida. Tú, ¿Cómo pudiste crear un recuerdo tan hermoso sin quererlo? Sin esforzarte. 

Y es por momentos así por los que merece la pena vivir. No debemos culpar a la mente de rememorar el pasado, sino agradecer que no ha olvidado. Ama momentos, experiencias y sensaciones. Viaja a otra dimensión antes de tirar la toalla.