jueves, 28 de enero de 2016

Batacazo al vacío - Capítulo 1: Un paquete sin aviso.

No suelo ser crítico, y bien, no era un médico de la gran ciudad, pero sabía de primera mano cuales eran los defectos de mi persona. Yo, Joan Defroux desde fuera resultaba inquietante y paliducho, pero para los que me conocieran, sabían que resultaba incluso más excéntrico. Soy relativamente joven, no había llegado a la treintena, aunque estuviera cerca. Mi olor corporal no era por lo que destacaba -Aunque no era mi peor faceta-, se podría decir que no era un tipo que destacara, sin duda, era un tipo bastante corriente. 

Tuve una infancia marcada por las continuas peleas de mis padres, quienes ocultaban sus conflictos bajo una incómoda música folclórica que realmente no tapaba nada. Pasé mis primeros años en las frías, pero entrañables montañas de Suiza, de donde eran originarios mis padres. Por lo que no me quedé otra que refugiarme en la tecnología desde mi más tierna infancia para alejarme de esta incomoda faceta de la vida llamada realidad.




Crecí así bajo enseñanzas y reglas morales que los videojuegos juegos me iban enseñando, además no tenía muchos más amigos que la televisión y mi consola. Eso si, había algo que detestaba profundamente, había algo que no podía digerir bajo ningún aspecto: los libros. Eso de leer realmente no era lo mío -Cosa que no encajaba con sus gafas de culo de vaso que se ganaría por estar tanto tiempo pegado a una pantalla-. 

Durante mi adolescencia mis padres se mudaron a Ottawa debido a que mi padre pensó que Canadá era el país donde debía desarrollarse un adolescente. Allí mi madre pensó que Joan debería seguir el mismo camino que siguió mi primo mayor: Ser bibliotecario. Y yo, Joan, mostrando una pasividad digna de dioses seguí el camino por el que mi madre me llevaba.

Se podría considerar que estaba tan obsesionado que ignoraba la realidad. Cosa que me afectaría notablemente a la hora de encontrar pareja, una chica me cogió del brazo una vez, pero no terminé de pillar la indirecta hasta siete años después (Donde escupí mi café al viento al darme cuenta de lo que realmente quería decir).

Iba de lunes a jueves a trabajar como correspondía a mi dichosa biblioteca, aunque siempre he sido un tipo responsable. Y ordenado -Al menos para eso me pagaban-. 

Abrí la puerta principal de la biblioteca a las seis y media de la mañana, aún ni el sol se había levantado de su cama y yo ya estaba ahí currando. Todo seguía tan oscuro y aburrido como de costumbre en el interior, las luces tardarían unos veinte segundos en encenderse, aunque no con una luminosidad destacable. Estuve ahí por varias horas, unas nueve para ser exactos, ordenando libros. Sin mucho más a destacar, unos adolescentes vinieron a estudiar y acabé mandando guardar silencio aproximadamente una vez cada cuarenta y nueve segundos. Una vez acabado el día en mi trabajo, como siempre, recojo mis cosas y para casa.

Podeis verlo, y no me molesta, soy lo contrario a alguien ambicioso. Al menos eso es cierto en la vida real pues solo deseo volver a mi ordenador para continuar la partida. Aquí si es donde muestro mis facetas más descarnadas, solo en mis mundos de ficción. Aquí me esfuerzo y lucho día tras día para alcanzar los puestos más altos. De hecho, mi meta en la vida era alcanzar posiciones legendarias en mi juego preferido -Al que ha sido fiel durante más de 14 años- ¿Lo que más odio? Qué preguntas...  ¡Un inmerecido Game Over! Bueno, eso y los delfines, todos querían a esos seres, pero a mi me repugnaban desde que uno le salpicó ligeramente en un espectáculo al que acudió durante su infancia. 

Al día siguiente me llegó un paquete, enviado desde Ucrania -O quizás un poco de algún país más al este, tampoco le presté mucha atención al paquete- en él había un mapa de su ciudad en el que se marcaba su casa. En un principio le dio miedo, pero pensó que no era más que una broma de algún chiflado. Por ello ignoró quien le había mandado el paquete. Fui a trabajar y cuando volví a casa, descubrí que alguien había entrado. Había un grupo de lunáticos alrededor de mi cama, todos vestían un traje morado con una U al revés atravesada por una flecha como símbolo de algo. Todos tenían algo en común: Daban mucha grima. Demasiada. No sabía como reaccionar ante toda esta situación, no estaba seguro si estaba en un aprieto o aquello no era más que una broma de algún programa carente de escrúpulos.



Parecía que el traje de neopreno era la última moda, vinieran de donde viniesen. Venían a por mi, eso era seguro. Pero antes de que pudiera decir nada, fui empujado a un vórtice extraño que uno de esos chalados de neopreno creó pulsando lo que parecía ser el teclado de un móvil obsoleto.



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